El tresor del 7è camió:
I · El misteri de la mina d'en Negrín
II · No deixem res a l'enemic
III · L'or perdut de la retirada
La noción de patrimonio cultural surge en momentos de crisis, la destrucción del Antiguo Régimen supuso una ruptura con el pasado, identificado en la herencia cultural recibida: el legado religioso, artístico y monumental, que a su vez se reivindicó como un valor propio que debía preservarse. Las imágenes iconoclastas de la Guerra Civil española, han sido potentes iconos ideológicos que ponen en evidencia su dimensión política, no ya como simples documentos, sino como los discursos que fueron lanzados desde ambos frentes –republicano y franquista– y que han sido fuente de debate hasta la actualidad. La crónica del patrimonio durante la guerra es un extenso relato épico, que hemos rastreado hasta encontrar antiguas pinturas perdidas e ignoradas, con el objetivo de reproducirlas y devolver al museo sus iconos perdidos.
Bajo los propósitos emergentes de conservación de la cultura, cada bando se describiría a sí mismo por la política y las actuaciones seguidas para evitar su destrucción. A grandes rasgos, el Frente Popular marcó la iniciativa creando las Juntas que emprendieron acciones de salvaguarda, sumadas a una intención pedagógica dirigida a la población y al exterior, para buscar apoyos. La Junta de Protección del Tesoro Artístico creada en 1936, tras la sublevación militar, fue ideada por la Alianza de Intelectuales Anti-fascistas; se materializó a prisa, activando medidas para la incautación y protección de objetos, y actas para el control de las obras. Desde 1937, la Junta Central y las provinciales, actuaron a lo largo de toda la guerra, desarrollando las principales políticas de salvaguarda. La medida más destacada fue la evacuación del Tesoro Artístico, las obras capitales del Museo del Prado que seguirían al gobierno de la República de Madrid a Valencia y luego a Cataluña para finalmente ser trasladadas a Ginebra; una decisión polémica por su carácter político –al desplazarse la capitalidad republicana– y por la asunción del riesgo aumentado por la falta de medios. Por su parte, el bando nacional se regía por un modelo de dictadura militar, que actuó de forma tardía; a principios del 37 organizó el Servicio Artístico de Vanguardia para custodiar edificios y bienes en las zonas ocupadas. Hasta la formación del primer gobierno de Franco, a inicios del 38, no se creó el Servicio de Defensa del Patrimonio Artístico Nacional, que finalizada la guerra concentraría las labores de devolución.
En Cataluña, los finales del enfrentamiento y los avatares del patrimonio fueron dramáticos; el año anterior, la Generalitat había logrado salvaguardar parte sus bienes artísticos al organizar en París una exposición de arte medieval catalán, con obras que permanecieron en Francia hasta el final de la contienda. El recién estrenado Palacio Nacional de Montjuïc se convirtió en almacén improvisado de un importante conjunto de colecciones incautadas, un alud de piezas que desbordaban las instalaciones. El Director General de Museos de Barcelona –Folch i Torres–, hizo trasladar una cuantiosa selección de obras a la Iglesia de San Esteve de Olot, en Girona: potencial objetivo militar al final de la guerra, por lo que una parte fue desplazada a diversas masías de localidades fronterizas. El último tránsito a Ginebra –ordenado por el gobierno de Negrín– resultó parcial y precario, a consecuencia del avance de las tropas.
El Comité Internacional para el Salvamento de los Tesoros Españoles, creado en 1939, estaba formado por directores y conservadores de destacados museos extranjeros, y respaldado por la Sociedad de Naciones. Posibilitó la evacuación y el posterior traspaso al Gobierno del Régimen. Sin embargo, las políticas no-intervencionistas originaron que buena parte del patrimonio se dispersara por Europa y Estados Unidos. Tras una exposición en Ginebra, en Europa estallaba la guerra, el gobierno de Burgos dirigió el retorno del Tesoro, todas las obras regresaron al Prado. Un suceso de gran repercusión mediática, la propaganda franquista adjudicó al caudillo el mérito de recuperar ese tesoro de la barbarie roja “enemiga de la cultura”.